Época: Arte Otoniano
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Arte Otoniano

(C) Isidro G. Bango Torviso



Comentario

El arte relacionado con la creación del libro nos es muy bien conocido, pues tenemos la suerte de conservar una buena representación de ellos, mientras que la pintura mural prácticamente ha desaparecido en su totalidad y los edificios han sufrido importantes transformaciones y restauraciones. El códice sigue siendo el objeto de lujo que todo noble o comunidad monástica ansía coleccionar. Bajo el impulso directo de emperadores, o de los grandes dignatarios laicos y religiosos, los "scriptoria" de los monasterios comienzan una etapa de gran esplendor, sobre todo, en aquellas abadías en las que se introduce la reforma monástica impulsada por Gorze.Aunque existe una cancillería imperial que expide documentos magníficamente caligrafiados, en este período no nos encontraremos con un taller propio del monarca que realice grandes trabajos de ilustración tal como ocurría en la época de los emperadores carolingios. Todos los talleres de miniatura son monásticos, aunque alguno de ellos esté bajo la protección del propio monarca; de hecho las creaciones más suntuosas están relacionadas con sus encargos.Altos dignatarios encargan estos libros de lujo para su uso personal o de sus iglesias. También existe en ellos el espíritu coleccionista que conlleva la búsqueda y restauración de vieja obras. Si en la etapa carolina se ha especulado sobre el protagonismo tenido por Ada, la supuesta hermana de Carlomagno, en relación con la producción de códices miniados, ahora el papel jugado por la mujer es decisivo. La razón que explica esto es muy clara si se tiene en cuenta el protagonismo excepcional que las mujeres han tenido en el desarrollo de la política de la época. La nómina de estas féminas comitentes tiene nombres tan ilustres como: Cunegunda esposa de Enrique II, muerta en 1039; Uta, abadesa del monasterio de Niedermünster (1002-1025), de Ratisbona; Hitda, la célebre "abbatisa" de Meschede (Westfalia) entre 978 y 1042.Como los emperadores, el resto de los comitentes también deseaba dejar la impronta de su actuación en relación con la elaboración del libro, para ello se hacía reproducir en una viñeta que ocupaba un lugar destacado entre las ilustraciones. Las formas iconográficas de este tipo de representaciones era mucho más limitado y simple que las composiciones imperiales, reduciéndose generalmente a una imagen de ofrenda de la obra, o de receptor de la misma al serle ofrecida por parte de los escribas e iluminadores.Egberto de Tréveris se hizo retratar según la fórmula clásica de los oferentes teniendo el códice en una mano piadosamente velada. Un letrero nos explica que era él quien entregaba el obsequio -qui tibi dat munus- (Salterio de Egberto). La abadesa Hitda ofrece su libro de pie, con cierta altivez, a una santa Walpurgis apenas más alta que ella puesta en un pedestal (Evangelios de la abadesa Hitda). Resulta curiosa esta composición porque el sentido de la jerarquía es un convencionalismo absolutamente respetado por la plástica del momento. Dios, emperador, nobles y pueblo se representan a escala de mayor a menor, con un sentido de la jerarquización perfectamente acusado en el tamaño o en una disposición de los personajes ordenados de arriba abajo según su rango. La mayestática y colosal figura del arzobispo de Tréveris, Egberto, centra una gran ilustración en la que dos diminutos personajes, los monjes Keraldo y Heriberto, autores de la realización de la obra, le ofrecen la misma (Códice Egberto).Estos modestos personajes que son los auténticos protagonistas del renacimiento pictórico otoniano, nos son conocidos en muchas ocasiones por sus nombres; pero, en otras, el anonimato más absoluto oculta la personalidad de uno de los más grandes, que debemos denominar por el título de una de sus obras más famosas, el Maestro del "Registrum Gregorii". Hay algún indicio que parece indicar que las gentes dedicadas al trabajo en las cancillerías y escritorios corresponden a la elite rectora del imperio. De esta manera, conocemos casos como el de Bemward, obispo de Hildesheim, y uno de los más grandes mecenas de su época, quien, en su juventud, había sido escriba en la cancillería imperial (aulicus scriba doctus). No siempre los pintores correspondían al orden clerical, aunque trabajasen en talleres monásticos: podemos ver a un laico componiendo en un scriptorium monacal, representado en una miniatura del "Evangeliario de Echtemach".Deja de producirse el libro profano que tanta importancia había alcanzado con los carolingios, ansiosos de reproducir todo tipo de manifestación cultural de la romanidad. Tampoco se realizan grandes biblias, de esta época solo conocemos una. También pierde importancia el salterio. Los libros que alcanzaron una gran difusión fueron los evangelios, sacramentarios, pericopas -textos de pasajes evangélicos-, graduales -libro que contiene la parte de la misa que debe cantar el coro- y hagiografías.El monasterio de Reichenau, en el lago Constanza, es uno de los pilares fundamentales de la miniatura otoniana. Se inicia su producción bajo el abadiato de Roudmann (972-984), con una clara formación inspirada en obras carolingias. Su producción se agrupa en torno a grandes artistas: Ebumant, Ruodprecht y, sobre todos, Liuthar. Las obras relacionadas con este último escriba se caracterizan por sintetizar influencias carolingias y bizantinas, todo ello interpretado con acusado expresionismo lineal que le confiere un acabado anticlásico. Hemos aludido ya a imágenes de este taller como las de Otón III, pero no debemos olvidar su magnífica representación de los evangelistas. Se manifiestan en una actitud de éxtasis dentro de una mandorla de la que fluyen los ríos -los evangelios- de los que beben los animales -las almas-, teniendo en su regazo los libros del Antiguo Testamento, levanta los brazos para sostener un cúmulo de nubes en las que se reproduce su símbolo respectivo con ángeles y retratos de autores de los libros que componen el Antiguo Testamento. Esta visión es la que hace que el evangelista abra desorbitadamente sus ojos; se encuentra traspuesto. El artista ha sabido plasmar la impresión sufrida por el autor evangélico, de una fuerza excepcional, que trasciende a quien contempla su imagen.El Maestro del "Registrum Gregorii" desarrolla su actividad en Tréveris, bajo la protección de su arzobispo Egberto (977-993). Autor de obras tan famosas como la que le ha dado su nombre o el "Sacramento de Lorchs". Las más bellas imágenes de este artista testimonian gran maestría en el tratamiento de las formas y volúmenes de las figuras, caracterizadas por una muy correcta definición de su corporeidad, dotándolas de un sentido de la monumentalidad que es fruto del buen conocimiento que el miniaturista tiene de recursos pictóricos propios del arte antiguo. Su concepción del espacio, apoyándose en la gradación de los tonos y la composición geométrica, es otra de las características que afloran en la producción de este genio del fin del milenio.En Ratisbona, antigua capital carolingia, alcanza durante el gobierno de Enrique II, último emperador que reside en la ciudad, un período de esplendor artístico. Citábamos antes cómo fue el abad Rambold el que propició la creación de un escritorio en San Emerano, donde se restaurará el célebre códice carolingio de la abadía. Pese a estos orígenes deudores con el arte carolingio, se creará aquí un arte de la ilustración propio, tal como podemos ver en las imágenes del "Evangelario de la abadesa Uta".Las obras producidas en Colonia se cree que proceden de San Pantaleón. donde había llegado la reforma monástica de Gorze procedente de Tréveris Su culminación tendrá lugar con el arzobispo Heriberto (999-1021), quien antes de ser designado arzobispo había desempeñado en la corte de Otón III el cargo de canciller de asuntos italianos, forzado en el grupo de filobizantinos que rodeaba al emperador. Las miniaturas colonesas se caracterizan por su estilo expresionista, en el que la materia cromática constituye la esencia misma de la composición figurativa. Estos recursos pictóricos denuncian influjos bizantinos que se han justificado por la personalidad del mecenas tan relacionado con Bizancio, y por la presencia en el escritorio de códices griegos que fueron utilizados como modelos. La producción magistral de la escuela son los "Evangelios de la abadesa Hitda de Meschede". La dependencia de las formas griegas se acusa hasta en los rasgos fisionómicos de los personajes. En la escena de Jesús calmando la tempestad, una de las imágenes más conocidas del arte otoniano, se aprecia un estilo pictórico muy expresivo con el que se realiza una composición narrativa que denota una cierta espontaneidad, en el que un movido juego de líneas dota a la imagen de la debida credibilidad del fenómeno atmosférico.La dinastía salía tuvo en la abadía de Echternach (Luxemburgo) su principal centro de creación de libros miniados. A partir de la reforma de este monasterio por su abad Humberto (1028-1051), se detecta el inicio de un taller importante de miniatura. Las principales obras corresponderán a encargos de Enrique III. El estilo de este taller se puede considerar la última fase de la miniatura otoniana. La influencia del Maestro de Tréveris se aprecia en la serie de códices áureos encargados por el mismo Enrique. En los que ya hemos visto también la importancia que tenía la pintura bizantina para sus autores.